Lo que éramos - Capítulo 16

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El día siguiente, Alexandra se despertó bien temprano. Desayunó con su abuela, la ayudó a limpiar la loza, vio un par de noticieros junto a ella, se duchó, y esperó a que su padre apareciera para buscarla. Tenía su mochila lista para la excursión que haría, y se había vestido con ropas cómodas, cálidas, y aptas para la animada jornada que tenía por delante. Incluso se puso encima la chaqueta de mezclilla que Aurora le había prestado, semanas atrás, y que ella hasta ahora se le había olvidado devolver.

—¿Vas a volver mañana qué horas, cariño? —la señora Martina preguntó, viéndola atarse los cordones de sus botas.

—¿Alrededor de las ocho y media? Sé que el servicio es a las nueve. Estaré aquí, tranquila —La atleta le sonrió—. No te dejaré ir a la parroquia sola, abue.

—¿No estarás muy cansada? Por eso más que nada pregunto. Si necesitas descansar, puedes faltar de esta vez...

—Estaré bien —La joven terminó su faena y se levantó del sofá, acercándose a la señora para abrazarla—. Además, no faltaría por nada en el mundo.

Y eso no era necesariamente mentira. Si bien ella sí tenía sus choques ocasionales con el evangelismo en el que había sido criada, y un puñado de dudas al respecto que no podía nunca responder, su fe en Dios era algo que no tambaleaba. Y más allá de lo que los demás le dijeran o no, ella sentía que durante el culto era el momento en el que más podía conectar con su Creador. Por eso no le gustaba faltar a la actividad. Se sentía equivocado hacerlo. Le parecía una falta de respeto, tanto hacia Él, como hacia sí misma.

Y sí, sabía que la gran mayoría de las personas a su alrededor no la apoyarían con respecto a su sexualidad. Sí, sabía que sería juzgada y tal vez hasta exiliada de su parroquia en el futuro. Pero otra vez, su propia religiosidad no tenía nada que ver con su comunidad. Su responsabilidad era hacia Dios, y solo Él.

Además, siempre valoraba el pasar más tiempo con su abuela, sin importar en dónde. La señora Martina ya estaba entrando a sus setenta años de edad y cualquier segundo a su lado era extremadamente valioso. Alexandra quería coleccionarlos a todos si podía.

—De acuerdo, si insistes en que estarás dispuesta a ir, te creo. Pero después del servicio sí o sí te vas a dormir.

—Dale, abue —Ella se rio, abrazándola con un agarre un poquito más apretado.

Justo entonces, un automóvil tocó la bocina afuera. Era la camioneta del señor Mario. Había llegado, al fin.

—Ten buen viaje, cariño —la señora comentó al apartarse, y le plantó un beso amoroso en la frente—. Mándame un mensaje por el zapzap cuando llegues.

—Whatsapp abue.

—Eso —La anciana hizo un gesto vago con su mano y ambas se rieron.

Enseguida, Alexandra agarró su mochila, le dijo adiós con otro abrazo más corto, y salió a la calle con una gigante sonrisa en su rostro, mientras se ponía sus lentes de sol.

Recién eran las ocho y media. El sol había salido a muy poco tiempo. Pero ella no se resistió, quiso verse cool al frente de Aurora. O, bueno, al menos intentarlo.

Abrió la puerta del copiloto y se sentó al lado de su papá, al que saludó con un beso en la mejilla. Luego, dejó su mochila en la alfombra entre sus piernas, cerró la puerta y se giró hacia sus amigos, quienes desde su aparición no paraban de gritar:

—¡FELIZ CUMPLEAÑOS ALEX!

—¡Un año más cerca de la muerte!

—¡Aurora, sé positiva!

—¡Un año más cerca de las deudas universitarias!

—¡¿Eso para ti es ser positiva?!

—¡Si tiene deudas es porque entró a la universidad que quería!...

—Hola, dementes —La rubia se rio, sacudiendo la cabeza—. ¿Cómo andan?

—¡Traemos regalos!

—¿Pero ya? —El señor Mario miró a Giovanni por el retrovisor—. ¿No me dijeron que les darían sus regalos cuando llegáramos a la capital?

—Cambio de planes repentino —Aurora insistió, pasándole a la rubia dos paquetes: uno envuelto con cuidado y prolijidad, y el otro arrugado y pegado con quince metros de cinta adhesiva.

—¿De quién es esta obra maestra? —Alexandra levantó el último al aire, aún sonriendo.

—Si aciertas te regalo un milkshake —Giovanni comentó.

—Es intolerante a la lactosa —Aurora le dio una palmadita a la pierna.

—Ah, verdad. Si aciertas te doy entonces un... ¿café?

—Té Boba —la atleta lo corrigió—. De mango. Son deliciosos.

—Dale.

Luego, la rubia hizo una expresión exagerada, pensativa, y ojeó los dos envoltorios de arriba abajo.

—Por el hecho de que Rory es súper buena con manualidades, uno asumiría que el regalo perfecto es el de ella, pero... —Hizo una pausa dramática y miró a sus dos amigos en los asientos de atrás—. El Gio ya dejó escapar en clase que quien le envuelve sus regalos siempre es su mamá, porque él no logra hacerlo sin frustrarse. Así que el bien envuelto es el de él, y el que parece una bomba casera es de Aurora.

—Le debes un Boba —La artista sonrió, cruzando sus brazos.

—Ay —El muchacho a su lado fingió derrota, pero en realidad perder la apuesta no le importó tanto—. Ya... cuando lleguemos allá te compro uno. Ahora ábrelos. Queremos ver tu reacción.

Alexandra no necesitó oír su orden dos veces. Destrozó el papel y la cinta adhesiva que envolvía sus regalos con apuro. El primero que abrió fue el de Giovanni. Contenía un pack de calcetines con dedos, especiales para corredores, que prevenía el acúmulo de humedad y también ayudaba a minimizar el número de ampollas entre ellos, más una gorra con visera negra, con la frase "CORRE POR TU P*TA VIDA" escrita en su frente en rojo y blanco.

—¿De dónde diablos sacaste esto? —Ella se rio, mientras su propio papá sacudía su cabeza y sonreía.

—Les pregunté a mis seguidores de RedNote si alguien tenía alguna idea de lo que le podía regalar a una amiga deportista, y uno de ellos me mandó un link a esa belleza. Tuve que comprarla —Giovanni se explicó y levantó las manos al aire, como si hubiera sido sorprendido en flagrante por algún crimen nefasto—. Era lo correcto a ser hecho.

—Me encantó... —La rubia paró de reírse por un segundo, pero enseguida continuó—. Gracias...

—De nada, fue un placer.

Luego, ella se puso la gorra y abrió el regalo de Aurora, que de alguna manera logró ser aún más ridículo y absurdo que el de Giovanni. Era una camiseta con la foto de un mapache atascado en un flotador de piscina. Bajo sus patas, la frase "Funky Fresh" estaba escrita con letras turquesa, degradadas a azul.

—Ustedes dos... no existen —La atleta se deshizo en carcajadas, presionando sus regalos contra su pecho.

—¿Te gustó?

—¡Me encantó! —ella insistió, casi llorando de tanto reírse—. Necesito cambiarme de ropa así que lleguemos al depa de tu hermano, Rory.

—¿Vas a andar con esa camiseta todo el día?

—Me la regalaste, ¿no?

—¿Estás segura? El Gio trajo su cámara y nos vamos a sacar un montón de fotos. Tal vez querrás verte un poquito más seria.

—¿Seria? —La atleta la miró a los ojos, desconfiada—. ¿Y por qué?

—Solo hazle caso —Giovanni insistió—. Créeme, nos agradecerás por ello después. Usa esa ropa cuando vayas a ejercitarte o algo.

—Ellos tienen razón —El señor Mario dijo, con una expresión que dejaba claro que todos le estaban ocultando algo—. Es tu cumpleaños, tienes que verte bonita hoy.

—Siempre me veo bonita.

—Y humilde también, ¿no es cierto, Blondie? —Aurora bromeó, alzando una ceja.

Alexandra se rio y sacudió su cabello perfecto, como si fuera parte de algún comercial de shampoo. Mientras sus amigos se reían de su donaire dramático en el asiento de atrás, el hombre a su lado pisó en el acelerador y comenzó a manejar.

Ellos a seguir pasaron por la casa de Constanza y la recogieron. De su mejor amiga Alexandra recibió otro regalo más: un Smart Watch rosado nuevo, que se puso en su muñeca de inmediato.

A continuación, el auto se movió por las calles del vecindario hacia la autopista. Adentro, sus ocupantes comenzaron a escuchar música para pasar el rato.

Por ser su cumpleaños, el señor de la Cuadra dejó que su hija estuviera a cargo de seleccionar las canciones. La playlist del paseo, por lo tanto, fue una mezcla bastante variada de rock, pop, funk, reggaetón, indie y otros géneros que nadie pudo definir, pero que a ella le gustaban de todas formas.

—Oooh, esta es un clásico —el señor Mario comentó y sonriendo comenzó a cantar junto a su hija:— "Well this is just a simple song, to say what you done..."

Ella, a la vez, rápidamente se volteó a los asientos traseros y le cantó a Aurora, quien no parecía conocer la letra:

"I told you 'bout all those fears, and away they did run; your shore must be strong... And you feel like an ocean, made warm by the sun!" — Mientras, su papá fingía tocar la batería con los dedos sobre el volante del auto, que se detuvo en el tráfico. Los dos se volvieron a mirar y siguieron cantando juntos, después de que Alexandra recitara el segundo verso por sí sola:— "I know that things can really get rough when you go it alone; don't go thinking you gotta be tough, and play like a stone; could be there's nothing else in our lives, so critical, as this little home?"

Connie estaba sonriendo ante la escena. Giovanni les estaba sacando fotos a ambos. Y Aurora estaba volviéndose más y más enamorada de la rubia, con cada nueva interacción adorable que tenía con su progenitor.

Las canciones cambiaron. Las ruedas de la camioneta siguieron girando. El vehículo pasó por más carreteras y peajes, casetas de cobro y torres eléctricas, pastos, árboles, riachuelos y puentes, hasta que finalmente llegó a la capital, escuchando una banda que todos ahí conocían, y que no era Abaddon: Her's.

https://youtu.be/Za2IvrFm3FM

"Wake up, call me up, Saturday night; say whatever, do whatever you like! I'll be waiting on the end of the line; all I want is for you to be mine!*" —el grupo cantó al mismo tiempo, incluyendo al señor Mario, quien había conocido a la banda por influencia de su hija.

Mientras los riffs de guitarra y el ritmo encantador del bajo aumentaba más y más las buenas vibras dentro del auto, Aurora aprovechó la oportunidad que tenía para hacerle una serenata encubierta a Alexandra. Al final, si todos estaban cantando al mismo tiempo, su suegro no tenía cómo saber que ella le estaba dedicando mentalmente la canción a la atleta:

"Baby I'm not like those guys! I just wanna talk all night! Imagine that we're holding hands! Then maybe you'll understand, that I am losing my mind for you!" —gritó la letra junto a Giovanni, disfrazando su enamoramiento de manera cómica.

Pero, aunque el señor Mario no percibió nada, Alexandra sí lo hizo. Se giró en su asiento para sonreírle a Aurora y levantarle una ceja, que solo la hizo cantar con más dedicación y ganas.

Así pasaron los últimos minutos de su trayecto, tirándose indirectas a través de canciones.

Y no solo las dos chicas lo hicieron, Giovanni también intentó lo mismo con Constanza:

https://youtu.be/NBVPSLkhc9U

"Cuando por primera vez te vi, supe que el cielo era para ti, y para mí... Y para ti y para mí..." —Incluso se volteó hacia ella para declararse, mientras su mejor amiga le hacía coro a su izquierda.

Para cuando llegaron a la gasolinera y el señor Mario se despidió de ellos, prometiendo regresar a buscarlos más tarde, era evidente que el romance estaba en el aire. Porque al juntarse a Bárbara y Thiare, y entrar al minúsculo ascensor que los llevaría al departamento del hermano de Aurora, estos cuatro payasos siguieron cantando canciones aleatorias, con voces intencionalmente desafinadas, mientras las recién llegadas los observban con cómica confusión.

Solo al ver a su anfitrión lograron callarse.

—¡Al fin llegaron! —Carlos les abrió la puerta, sonriendo.

El muchacho era flacuchento, usaba unos lentes de prescripción gruesos, tenía un cabello tan oscuro como el de su hermana, y se vestía como un abuelo de ochenta años. Y esto no era una broma; él tenía suficientes suéteres de lana horrendos, shorts de mezclilla y zapatos de cuero para vestir a un hogar de ancianos completo. O al menos, eso era lo que Aurora siempre le decía cuando quería molestarlo.

Pero, aunque él le seguía el juego la mayoría de las veces y la llamaba de "lesbiana de bajo presupuesto" por sus ropas viejas y baratas, incomodarlo de verdad era muy difícil. Él tenía una personalidad muy tranquila y amable. Detestaba los conflictos.

También era muy aplicado en sus estudios. Y como las decenas de maquetas y dibujos arquitectónicos esparcidas por su sala de estar lo comprobaban, él era un prolijo y concentrado estudiante de arquitectura.

Para pagar sus cuentas, trabajaba como recepcionista nocturno de un hotel cercano a su universidad. Por ahora sus padres lo apoyaban financieramente, pero él tenía planes de independizarse de ellos lo más pronto posible. Solo aceptaba su auxilio porque el tiempo para estudiar y trabajar no le alcanzaba.

Pero él creía que, en un futuro, hacerlo no le resultaría demasiado difícil, ya que su actual departamento no generaba mucho gasto. Al ser un espacio pequeño —la sala estaba mezclada con la cocina y el único baño estaba dentro de su habitación— él ahorraba mucho en vivienda. Era solo cuestión de terminar su carrera y sería libre del apoyo del señor y señora Reyes —personas con las que Carlos tenía una relación a lo mínimo tensa, y por las que él no se sentía del todo querido ni deseado—.

Porque sí, Aurora no era la única hija a ser constantemente decepcionada y abandonada por ellos. Él conocía su sufrimiento demasiado bien. Ya había sido víctima de su ausencia antes.

Tal vez por eso siempre era tan gentil y simpático con las personas que conocía; no quería que nadie sintiera la misma soledad y exclusión que él había sentido en casa.

—¿Ustedes quieren comer algo? —indagó, con un tono cálido—. ¿Beber algo? Tienen que llegar al cine como a las una y media, y todavía son las once. Deben tener hambre.

—¿No te vamos a incomodar? —Alexandra preguntó, cruzando los brazos.

—No, para nada. Si quieren snacks, agarren snacks. La alacena es suya.

El grupo terminó abriendo dos bolsas de Doritos y una botella de coca cola. Giovanni se sentó en el suelo junto a Aurora, Thiare y Bárbara, mientras que Connie y Alexandra tomaron asiento en el diminuto e incómodo sofá. Carlos, por su parte, agarró un taburete de hierro de su habitación para no estar de pie. Una vez cómodos, prendieron la televisión solo para tener ruido de fondo, y entre todos comenzaron a conversar.

Primero, sobre el viaje. Después, sobre el cumpleaños de la atleta. Después, sobre su campeonato. Hasta que finalmente, Aurora decidió meter el pie al agua y ver si la marea la tragaba. Le mandó un mensaje por celular a Alexandra, preguntándole algo sumamente importante sin ningún tipo de preparo o aviso:

"¿Le puedo decir a Carlos que estamos juntas?

¿O aún no te sientes lista para ello?"

La rubia respiró hondo al ver el texto. Miró a la otra chica con una expresión angustiada. Pero, contra todo pronóstico, asintió.

La artista no pudo detener sus dedos. Le escribió de nuevo:

"¿Segura?"

Alexandra volvió a asentir, ahora con más entusiasmo. Luego, bloqueó la pantalla de su celular y lo guardó. Aurora le dio una sonrisa corta, llena de nervios, como recompensa por su valentía. Podría no ser muy segura de sí, pero era cariñosa y preocupada. Y por eso, la rubia la valoró.

—Carlos... tengo algo que contarte.

—Suena serio —Él se metió un dorito en la boca, mirando a su hermana a través de sus gruesos lentes—. ¿Qué pasó?

—Pues, eh... te acuerdas que te dije, que eh... ¿me gustan las chicas?

—¿Vas a salir del armario de nuevo? ¿Qué es esto? ¿Actualización de gay?

—No, no... —Ella se rio de su estúpido comentario—. Es que, pues... estoy saliendo con alguien.

—¡Nah! ¡No puedo creer que te conseguiste novia antes que yo! —él bromeó, sacándole más risas del pecho—. ¡Eso sí no lo acepto! ¡Me rehúso a ser el último soltero de esta familia! —Negó con la cabeza, masticando más doritos—. ¡Me rehúso!

—¿Puedes por favor tomar lo que te estoy diciendo en serio?

—Ni que tu novia estuviera aquí ahora mismo.

El silencio fue rotundo.

Carlos frunció el ceño y miró a Giovanni con una mueca confundida, luego a Constanza, luego a Alexandra... y justamente ahí todo comenzó a hacer sentido. Las fotos en el perfil de su hermana. Sus vídeos juntas. Los nervios que ambas estaban demostrando...

Huh.

—Pero espera, me perdí —señaló a la atleta mientras encaraba a Aurora—. La última vez que hablamos me dijiste que recién la estabas comenzando a perdonar por todo lo que te hizo en el San Martín.

—Pues, ya la perdoné.

—¿Tan rápido?

—Cosas... pasaron —ella comentó con franqueza, y así que sus ojos se encontraron con los verdes y asustadizos de Alexandra volvió a sonreír, ahora con más gusto y placidez—. Y me enamoré.

—¿Entonces las dos son novias?

—Eh... —Las chicas se rieron y se sonrojaron—. Estamos saliendo...

—Novias —él cortó a su hermana, entregando la bolsa de doritos a Giovanni, antes de dirigirse a la rubia—. Voy a hacer esta charla bien rápida y corta; no le rompas el corazón o te rompo las piernas. Listo. Eso es todo. Nada más necesitas saber, ni oír. Solo respétala, eso es todo.

Alexandra asintió y perdió de un minuto a otro toda su liviandad, mientras Connie se reía a su lado.

—¿O-Okay?...

—Es broma —Él la calmó—. Pero en serio, siéntete libre de ser su novia por aquí, ¿dale?... Sé que allá en casa la gente es más conservadora y se mete en asuntos que no les pertenecen, pero aquí en la capital literalmente nada importa. Bésala si quieres. Sujeta su mano si quieres... No te reprimas. No ocultes nada. No tienen por qué hacerlo.

La atleta, más relajada, asintió.

—Eso tengo planeado hacer.

—Ah, ¿sí? —Aurora inclinó su cabeza, divirtiéndose con su respuesta.

—Son siempre bienvenidas en mi casa —Carlos prosiguió, con una voz soberana y sincera—. Si algo de malo pasa; Dios quiera que no; no duden en venir aquí. No tengo mucho espacio disponible, pero refugio es refugio. En el peor escenario ustedes se independizan y duermen en mi sala. No me hago problemas.

—Gracias por decir eso... en serio —Alexandra le contestó, con una voz más fuerte—. Y tranquilo, que no le romperé el corazón a Rory... Mi idea es repararlo y dejarlo como nuevo. Quiero recuperar el tiempo perdido.

—Cursi... —Connie fingió asco.

—Sí, ¿pueden disminuir un poco la intensidad del lesbianismo por favor? Sé que les gusta el drama, pero...

—Nah. ¿Cuál es el gusto en eso? —La rubia hizó callar a Giovanni con una sonrisa, sin perder a Aurora de vista.

El grupo siguió conversando y tirándose del pelo por puro aburrimiento. Carlos les hizo más preguntas a ambas sobre cómo terminaron reconciliándose y enamorándose, hasta que su hora de irse al cine llegó. Para entonces ellos ya se habían comido unos sándwiches, unas bolsas de snacks, y no se sentían tan hambrientos como cuando llegaron. Podrían ver la película sin ser distraídos por sus estómagos, y después pasar a algún restaurante a almorzar de verdad.

Por eso mismo también decidieron no gastar su dinero en palomitas —sin mencionar el hecho de que estaban excesivamente caras por la inflación—. Solo se compraron unas gaseosas y chocolates y fueron a buscar a sus asientos, que resultaron estar en la tercera fila.

Se sentaron, charlaron un poco, y se prepararon para comenzar a ver los trailers que pasaban antes de la película. Pero de pronto, antes de que las luces se apagaran, ellos vieron a uno de los empleados del cine caminar hacia la parte inferior de la sala y pararse al frente de la pantalla. Sostenía un micrófono en la mano y estaba sonriendo de oreja a oreja. No parecía ser una real expresión de alegría, sino más bien una ensayada demostración de cordialidad, pero sus dientes, tan blancos que llegaban a brillar, lograban disfrazar muy bien este hecho.

—Damas y caballeros buenos días, primero que todo. Segundo, Planetfilm tiene el honor y la felicidad de anunciar que les tenemos una sorpresa preparada. Como esta es la primera función 4DX de "The Last Day of Autumn", una persona muy querida por ustedes, los fans aquí presentes, ha venido a visitarnos y a darles un pequeño hola esta tarde —El hombre bajó el micrófono y le hizo una seña al pasillo de salida de la sala, que se hallaba oscurecido a propósito.

De ahí nadie más, nadie menos que Alaister Marwood salió caminando, riéndose con entusiasmo al oír los gritos, silbidos, aplausos, y exclamaciones asombradas de sus lectores al identificarlo.

Alaister era un sujeto rechoncho, velludo, con un cabello castaño voluminoso, una barba que comenzaba a blanquearse y unos ojos más claros y azules que unas piedras de aguamarina. Él era conocido por siempre andar vestido de manera casual, casi desinteresada por su apariencia, y aquel día esto no era diferente. Estaba usando unos jeans viejos, zapatos negros, y una sudadera roja y blanca cuyo logo ya se había desvanecido por completo. Era imposible determinar de qué marca era, o cuándo había sido hecha.

Con pasos largos él se acercó al funcionario, le extendió la mano y recibió el micrófono, mientras el clamor se intensificaba.

—¡Buenos días! ¡Estoy sorprendido de ver a tanta gente aquí! —el escritor admitió, todavía carcajeando—. Veo que algunos están vestidos como personajes del libro... ¡Mira ahí! ¡Tenemos a Altair con su traje de explorador!... —Él señaló a un joven que se había disfrazado como uno de los protagonistas de la obra, y que estaba sentado cerca del escenario—. ¡Qué chido!... —Dejó de mirar al muchacho para encarar al resto del público—. De verdad les tengo que agradecer a todos por venir y apoyar esta película, que es muy importante para mí, y también por comprar mis libros, leerlos, interesarse por mis historias, y pues, bueno... ser parte de esta comunidad tan chévere que tenemos. Gracias por venir, por los cosplays, por los posts, por los ensayos, los vídeos... y pues, todo —Él se inclinó, dándole a su público una pequeña reverencia—. Ya voy a dejarlos en paz para que puedan ver la película, pero tengo una última cosa que hacer... —él dijo, al enderezarse—. Tengo un compadre mío que es profesor de literatura y que me escribió la semana pasada diciendo que su hija es una gran fan del universo Marwood, que se ha leído todos mis libros, y que justamente está cumpliendo años hoy...

Al oírlo, la sangre de Alexandra se le heló. Ella miró a su lado, a Aurora, buscando alguna respuesta, pero la joven solo sonrió. Ella, Giovanni y Connie ya sabían sobre esta sorpresa; el señor Mario les había hablado al respecto por la mañana. Bárbara y Thiare, sin embargo, estaban igual de boquiabiertas que la joven.

—¿Entendiste ahora por qué te dije que no te cambiaras de camiseta? —La artista le guiñó un ojo, riéndose de su asombro.

—¡Alexandra! ¿En dónde estás? —Alaister dijo y la chica rápidamente lo miró, solo para levantarse de su asiento con lastimosa lentitud—. ¡Ajá! Ahora ya sé quién eres y te voy a ubicar a la salida para que nos saquemos una foto —añadió con un tono carismático—. No te voy a hacer pasar la vergüenza de que te canten cumpleaños feliz en público, porque sé que eso es horrible; ya me ha pasado... —Ella se rio y asintió—. Pero sí te voy a desear suerte en tu futuro, agradecerte en persona por el apoyo, y pedir que todos aquí te aplaudan, ¡porque pasaste a las finales del campeonato estudiantil nacional de atletismo! ¡Sí, sí! ¡Tu papá me lo contó todo! —el autor exclamó mientras el público hacía lo solicitado y la felicitaban—. ¡Suerte con eso, eh!

—¡Gracias!...

—¡De nada! Y bueno, con todo eso dicho... —Alaister señaló a la pantalla—. Me retiro. Ahora sí, ¡disfruten el show!

La muchacha se sentó con la expresión más alegre que había portado en la vida, enrojecida por sus nervios y pasmada por todo lo que había oído, mientras las luces se apagaban, los aplausos y silbidos se intensificaban, y el escritor volvía a desaparecer en las tinieblas.

La película duró dos horas con quince minutos y cada segundo de la misma fue disfrutado al máximo por el grupo de amigos. La adaptación del libro a la pantalla había sido, para el alivio general, excelente. Pocos cambios habían sido realizados al material original, pocos personajes habían sido recortados de la historia, y la estética visual de la cinta también había estado maravillosa. Nadie tenía nada sobre lo que reclamar.

—Juro que casi me pongo a llorar cuando Altair le dijo a Jazmine que la amaba —Connie comentó, mientras Giovanni asentía.

—No, pero ¿viste como los actores se miraron en esa escena? Pude ver cada emoción descrita en el libro estampada en sus ojos... Hicieron muy buen trabajo con esa escena —Aurora señaló, tomando a Alex de la mano.

—Sí... se merecen un premio los dos —Bárbara respondió a seguir.

—¡Si no les dan un Óscar protestamos! —Thiare exclamó y luego terminó de beber el resto de su gaseosa.

Los adolescentes caminaron hacia la salida de la sala, que ya estaba casi vacía. Se habían quedado hasta el final de la proyección para ver la escena post créditos —que sugería a la adaptación a la pantalla grande de otro libro más que todos amaban: The Shriek of the Shrike—. Fue cuando ya se iban de ahí cuando una voz familiar los detuvo.

Pensaron que su amenaza del autor había sido un chiste, pero ahora veían que no lo era:

—¡Esperen! —Alaister exclamó—. ¡Mario me dijo que les trajera regalos!

El escritor estaba acompañado de su asistente personal, una mujer de descendencia japonesa llamada Amaya. Ella estaba sujetando seis bolsas de papel, cada una con una edición de "The Last Day Of Autumn" firmada por él mismo, más una carta redactada por su propio puño y letra, agradeciéndoles a los jóvenes por su apoyo incondicional a sus obras.

Y así que logró calmarlos —porque el grupo había hiperventilado al minuto en que lo oyeron—, el hombre les entregó personalmente dichos obsequios. También le pidió a su asistente que les sacara una foto a todos juntos y obviamente, nadie se opuso a la idea.

Pero la racha de buena suerte no terminó ahí:

—Rory, deberías mostrarle la escultura que hiciste de Roy Dunkin —Alexandra le mencionó uno de los muchos personajes del autor a la chica.

—Ah, Mario también me había hablado sobre eso. Eres una artista, ¿no? —Alaister inquirió, sonriente y humilde como siempre.

—Sí, pero... no hago nada profesional.

—Todavía —él remarcó.

—Ya, muéstrale. Aprovecha que sigue aquí con nosotros —Alex le dio un golpecito a Aurora con el codo.

La muchacha se dejó llevar por el entusiasmo de la rubia, desbloqueó su celular y buscó la foto del proyecto al que ella se refería. Era la escultura de un explorador espacial, sujetando un casco y una bandera de un país ficticio, mientras miraba más allá del horizonte.

—¡Está bien padre! —La alegría del escritor se triplicó, y él incluso acabó soltando hasta una risa contenta—. Y tú querías entrar al instituto Gentileschi, ¿no? Al menos eso Mario me dijo.

—Esa es la meta, sí.

—Pues te voy a ayudar a alcanzarla, chamaca. El rector es amigo mío de hace años. Pásale tu correo o tus redes a Amaya, y nos ponemos en contacto para ver que se puede hacer por ti. Talento como el tuyo no se puede desperdiciar —Alaister comentó y luego miró alrededor—. Eso sí, es mejor si nos vamos ya de aquí, que van a pasar a limpiar y los de seguridad están que nos echan a madrazos.

—¿Habla usted en serio?

—Sí, creo que nos van a mandar a la chingada...

—No, que me ayudará a entrar al instituto.

—Claro, pues. Serísimo —El hombre asintió—. Los artistas nos tenemos que ayudar entre nosotros. Porque para el resto del mundo ya valimos madres.

Aurora en el momento se rio, pero después de unos segundos le concedió la razón. Y al final, no tan sólo Alexandra terminó saliendo del cine con un libro firmado por su autor favorito, junto a una foto con el mismo, la escultora también acabó dejándolo con beneficios; ahora contaba con un aliado creativo que jamás se hubiera esperado en su vida conseguir: Alaister Marwood.

O, cómo habían aprendido el mexicano en realidad se llamaba: Alan Moncayo.

—¿Y por qué el seudónimo? —Giovanni preguntó, así que ellos se movieron afuera.

—Ah, sí... Mi agente literario, años atrás, me dijo que si yo quería hacerme una carrera en Gringolandia tenía que tener un nombre que sonara gringo. Me gustaba en la época investigar sobre el ocultismo y Aleister Crowley, pero no sabía cómo escribir su nombre, así que lo redacté "Alaister" y pues bueno, se quedó así al final... Ya el "Marwood" se lo robé a William Marwood, que fue el hombre que desarrolló una técnica de ejecución llamada "Long Drop", o "Caída Larga". Él quería que el prisionero ejecutado en el cadalso rompiera su cuello antes de ser asfixiado, porque así supuestamente sufriría menos y pasaría al otro lado más rápido.

—No tenía la menor idea sobre eso —Aurora comentó, fascinada.

—Es una historia súper loca la de él, deberías leer más al respecto. Muchas cosas en Death Row... —Alaister mencionó otro libro suyo—. Te harán sentido después de que lo hagas.

El autor, siento tan simpático como de costumbre, charló con ellos afuera del cine y les contó más cosas sobre su carrera, su obra, e incluso compartió unos datos breves sobre su vida privada. Amaya complementó sus anécdotas algunas veces, compartiendo su propio punto de vista de los eventos, y para cuando los adolescentes se despidieron del dúo, sentían que tenían una mirada bastante distinta del autor y de su asistente.

Creían que ambos serían bastante engreídos por su nivel de fama y dinero, pero de alguna manera ellos habían permanecido humildes, con los pies en la tierra, y muy amables.

—Siempre dicen que nunca hay que conocer a nuestros ídolos porque nos van a decepcionar, pero tengo que admitirlo, Alaister es genial —Connie comentó, unos quince minutos después de que ellos se despidieran del dúo y se fueran al patio de comidas a comprarse su almuerzo—. Y Amaya es demasiado chistosa.

—¡Y se viste súper bien! Es un ícono —Thiare dijo con un tono liviano, bromista, pero todos supieron que en el fondo estaba siendo sincera.

La mujer realmente se vestía como una modelo.

—Ay... tengo que agradecerle a papá de rodillas por hoy. Nunca pensé que conversaría con ellos en la vida —Alexandra sacudió su cabeza, aún incrédula.

—¿Estás disfrutando el día, entonces? —Giovanni preguntó y luego le guiñó un ojo a Aurora, ya sabiendo lo que ella tenía planeado para más tarde.

—Demasiado. Este está siendo uno de los mejores cumpleaños que he tenido.

—Y solo se va a poner mejor, nos llamaron. ¡Se viene el sushi! —Connie exclamó, señalando con ambas manos al mesón, donde su orden había sido dispuesta en bandejas naranjas.

El grupo, luego de una intensa y divertida discusión sobre qué debían comer, decidió comprarse una promoción de 120 piezas mixtas de sushi, más dos cajas de Gyozas, unas gaseosas y agua. Se sentaron en una mesa de plástico cercana y devoraron su almuerzo como una familia de mapaches hambrientos.

Después usaron las horas que les sobraban en la ciudad para explorar el centro comercial, comprarse cosas inútiles a precios demasiado caros para su gusto, y dar vueltas y vueltas por las tiendas de artefactos domésticos, fantaseando con un futuro que aún no llegaba.

—Siempre quise tener una de esas —Aurora le confesó a Alexandra, mientras las dos caminaban por un pasillo lleno de alfombras gigantes, y oían a Giovanni carcajear junto a Constanza en la distancia. Ella apuntó a un modelo llamado "Persa Rojo 992", cuyo precio era más alto que todo el equipo deportivo de la atleta reunido—. Son tan bonitas. Me costaría un riñón comprarme una si viviera sola, pero...

—Son preciosas —la rubia concordó, inclinando su cabeza hacia arriba para poder observar a la tela de punta a punta, en todo su larguísimo esplendor—. Y estoy segura de que tendrás una alfombra así algún día. Aunque sean caras.

—Ojalá —la artista, en cambio, la miró a ella—. ¿Y a ti? ¿Qué te gustaría tener en tu casa? Digo, si vivieras sola.

—Un telescopio.

—¿En serio? —Aurora sonrió, asombrada—. Me había imaginado cualquier respuesta menos esa.

—Siempre quise tener uno, de 80mm. Mi papá una vez me llevó al observatorio y al frente unos profesores habían dispuesto algunos de ellos, para que los niños pudiéramos mirar a las estrellas... Fue genial. Nunca había creído en nada antes, pero cuando vi a todos esos astros y oí hablar sobre las nebulosas... —La atleta se encogió de hombros—. Como que ahí empecé a tener fe en algo. Aún no sabía si Dios era real o no, pero tenía la sensación de que algo, alguien, debió crear todo eso... Esas bellezas no podían existir solo porque sí —Bajó a sus ojos de la alfombra para encarar a su novia—. Y tal vez para ti eso suene cursi, pero...

—Ya te dije que no te voy a molestar por tus creencias. Además, es la primera vez que escucho a alguien discutir su fe sin que suene como un discurso de odio gratuito. Así que puedes continuar a gusto.

Alexandra se rio, pero no fue una risa humorada. Más bien, ella parecía entender las palabras de su acompañante. Ya había estado en su lugar antes.

—Yo tampoco entiendo por qué las personas siempre deciden usar sus religiones para atacar a las otras. O sea, cuando yo miro al cielo nocturno y veo a un infinito de explosiones y de polvo cósmico, o cuando veo al atardecer y sus tonos anaranjados, o cuando miro al vuelo de los pájaros y los escucho cantar cada mañana, no estoy pendiente de cómo vive mi vecino, o qué hace él mientras el mundo gira... Para mí Dios está ahí, en todo, vivo, hablándome a través de lo que creó... y creo que eso es lo que importa. Su presencia en las cosas más pequeñas y en las más grandes. Pero hay gente que no lo ve. Que no ve su grandiosidad y su belleza. Y peor, hay gente que dice verlo, pero que no lo hace... —Sacudió la cabeza—. Es ridículo. Prefieren contaminar el aire con su ira sin sentido, a ser bendecidos por la quietud, por la belleza, por la maravilla de existir.

Hubo una leve pausa en su conversación. Aurora respiró hondo y asintió.

—Bonita manera de decir que deberían quedarse callados esos imbéciles —A su lado Alexandra se rio, pero ella siguió hablando—. No, en serio... me gustó. Te salió filosófico —La artista la tomó de la mano de nuevo—. Solo espero que tú también puedas tener tu telescopio... aunque sea por motivos bien distintos a los míos.

—Recemos... O no sé, ¿manifestemos? —La rubia la miró con una expresión confundida—. ¿Qué hacen los ateos para atraer buena fortuna?

—Abrimos cuentas de ahorro y esperamos que la economía no colapse... de nuevo.

—Oof, eso será difícil. A este punto de la historia creo que debería haber invertido en bienes raíces en 2002, mientras aún andaba de pañales. Tal vez así mi futuro financiero se vería un poco mejor —Alexandra volvió a sacarle una risa de la artista, mientras ella la jalaba adelante, para que siguieran caminando por la tienda.



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